CON PRECAUCIÓN
Una persona que muere no sabe o se entera que murió
Por Sergio Mejía Cano
En la entrega anterior en que nos referíamos respecto a que el hospital Puerta de Hierro, en la ciudad de Tepic, Nayarit, no quiso entregar el cuerpo de una niña a sus familiares debido al adeudo de más de un millón y medio de pesos por la atención que se le había dado a la menor de edad quien no superó la enfermedad que presentaba.
Me contacta un conocido que radica en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, diciéndome que si no recordaba la situación algo parecido que había tenido él en el hospital Civil de aquella ciudad. Le respondí que sí me acordaba de aquella anécdota por la que había pasado y, que precisamente la había publicado alguna vez en este espacio a propósito de otro caso similar, tal y como se dan constantemente en algunos hospitales tanto privados como públicos al documentarse que, si bien no retienen el cuerpo de algún familiar fallecido, por lo menos presionan de tal manera a los deudos obligándolos a firmar pagarés so pena de proceder a demandas ya sean civiles o hasta penales.
Lo que se sucedió a mi conocido tapatío fue que allá a principios de los años 90 del siglo pasado, una tía materna suya fue atropellada quedando con signos vitales al momento del accidente, por lo que la recogió una ambulancia de la Cruz Verde, dependiente del Hospital Civil de la Perla Tapatía; sin embargo, la señora, ya de la tercera edad falleció cuando era atendida de sus lesiones.
La señora accidentada no tenía descendencia, por lo que mi conocido fue el que se hizo cargo de lo que pudiera ocurrir, pues la señora era hermana de la mamá de mi conocido. Al llegar al Hospital Civil a recoger el cuerpo, no sin antes haber pasado a una funeraria, los empleados del hospital encargados de entregar los cadáveres le dijeron a mi conocido que tenía que pagar una cantidad de 500 pesos para que se le pudiera entregar el cuerpo de su familiar.
Mi conocido, por cierto, de escasos recursos y con la carga ya de los gastos funerarios, les dijo que no les pagaría nada, que se quedaran con el cuerpo a ver qué hacían con él o que ojalá y les sirviera a los estudiantes de medicina y, volteando a mirar a los empleados de la funeraria les dijo que se devolvían las entradas, que no iba a haber negocio.
Al ver la decisión y determinación de mi conocido de que sí les iba a dejar el cuerpo de tu tía ahí, de inmediato reaccionaron y le dijeron que sí se lo podía llevar, pues el dinero que le pedían era más bien una aportación voluntaria o algo así.
Al cuestionar en aquella ocasión a mi conocido sobre si en verdad les iba a dejar el cuerpo de su tía en el hospital, me respondió que sí, porque al fin de cuentas su tía ya no se iba a dar cuenta de nada de lo que pasara con su cuerpo; además, sin temor a que lo pudieran acusar de algo como de no tener dinero para recoger un cadáver, pues ni modo que lo acusaran de no tener dinero y ni por abandono de un adulto mayor, pues tenía testigos de que él había querido recoger el cuerpo de tu sí y que no se lo querían entregar si no pagaba determinada cantidad en un hospital público.
Siguió comentando mi conocido que en donde sea hay quienes quieran encajar la uña aprovechándose del dolor ajeno, de la pena que tienen los familiares de un conocido, pues en la funeraria le quisieron vender un ataúd de lujo, de maderas finas; nomás faltó, dijo mi conocido, que le dijeran que tenía forro de lujo con las telas más finas, luces psicodélicas y un súper estéreo y hasta con aire acondicionado. De inmediato mi conocido bajó de su nube al de la funeraria al decirle que parara su carro, que el ataúd iba para abajo y que al fin de cuentas se iba a echar a perder, así que podía sepultar a su tía hasta en una caja de cartón sin que ella se indignara de alguna forma. Así que tomó el servicio funerario más económico que pudo encontrar.
En cierta forma tenía razón mi conocido, pues una persona que muere ya no se da cuenta si sus funerales fueron de lo más lujosos o de los menos ostentosos ni si la envolvieron en un petate o en un féretro de maderas finas. Hay quienes dicen que algunos de los funerales son para satisfacer más bien la vanidad de los familiares, de los vivos y no de los muertos en sí y para que la gente no los critique si gastan mucho o poco o si el velorio fue en la mejor funeraria o en la más económica o en el patio de una vecindad, casa de interés social, etcétera.
Pero sea como sea, lo que sí es un hecho es que hay mucha gente que se quiere aprovechar del dolor de la gente cuando pierde un familiar.
Sea pues. Vale.
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