CON PRECAUCIÓN
Tal vez la discriminación no sea por educación
Por Sergio Mejía Cano
Cuando el Ferrocarril Sud-Pacífico de México (que en 1951, después de una rehabilitación general pasó a denominarse como Ferrocarril del Pacífico, y en junio de 1987, pasar a ser Nacionales de México) se extendió más hacia el sur de Guaymas, Sonora, y así llegar a tierras nayaritas, culminando su línea troncal en Guadalajara, Jalisco, aglutinó entre muchos de sus trabajadores a gente de varias nacionalidades, incluso europeos, así como estadounidenses y de diversas partes del continente americano.
Pero también, este Ferrocarril se vio en la necesidad de solicitar trabajadores entre los habitantes de las poblaciones por las que se iba extendiendo la vía férrea, por lo que ingresaron al ferrocarril también personas pertenecientes a los pueblos originarios cercanos al paso del camino de hierro. Así que, por lo mismo, antiguos ferroviarios comentaban que, cierto día se acercó a la entonces incipiente estación de Tetitlán (Valle Verde), en el municipio de Ahuacatlán, Nayarit, un señor a solicitar trabajo en el ferrocarril, pero que casi no hablaba español, sino que más bien se hacía entender más a señas que con palabras; cuando los contratados le preguntaron a qué se dedicaba o qué sabía hacer, la única palabra que se le entendía más claramente, era “arriero”, respondiendo con esta misma palabra cuando le preguntaron su nombre, por lo en el entonces Sud-Pacífico de México, quedó registrado como Juan Arriero.
Esta línea férrea se desprende desde la frontera norte en Nogales, Sonora, hasta Guadalajara, Jalisco. Llegó a Nayarit a principios del siglo XX, pero se entretuvo su construcción al tener que atravesar la Sierra Madre Occidental, culmina do los trabajos para unir los estados de Nayarit y Jalisco, hasta el año de 1927, hecho al que se le llamó en aquella época, como la unión de la punta de hierro.
Así que, ya una vez consolidada la línea troncal y comenzar a dar sus frutos, tanto económicos como de empleo, muchos de los trabajadores extranjeros, así comí sus descendientes, algunos ya nacidos en esta zona a occidental, se quedaron ya para siempre, por lo que hubo apellidos no muy comunes en el mestizaje mexicano-español, apellidos como Sardo, cuyos portadores eran de origen húngaro, París y Cheto, de origen italiano, O’Connor de origen irlandés, etcétera.
También hubo una familia de apellido, Rojo, cuyos orígenes eran vascos, ya que aspecto físico lo determinaba claramente debido a la enorme cantidad de bello facial y corporal. Uno de sus descendientes entró a trabajar casi al mismo tiempo que un servidor, por lo que nos hicimos buenos amigos. Este muchacho tenía título de piloto aviador comercial, pero decía que le gustaba más ser trenista, que era su sueño de toda la vida; así que por esta decisión su papá se enojó mucho con él al pedir su ascenso de oficinas a la rama de transportes; enojo de su papá porque toda la familia Rojo había sido oficinista desde el inicio de este Ferrocarril.
Cierta vez me comentó este amigo que el apellido original de sus ancestros era prácticamente impronunciable en español y que por eso había adoptado el de Rojo, por ser algo cercano a su apellido vasco.
Alguna vez comentando este amigo y yo sobre la discriminación en nuestro país, discriminación que descubrí y sentí ya más allá de la adolescencia, me dijo mi amigo que él creía que la discriminación era tal vez genética, porque él lo había comprobado en su propia hija, que era güerita, pues la esposa de mi amigo era de Arandas, Jalisco, en donde hay mucha gente de piel blanca y pelo rubio, por lo que la niña se parecía a la esposa de mi amigo.
Platicó mi amigo que cuando su hija estaba en el preescolar o kínder los mandaron llamar de la escuela a su esposa y él para darles las queja de que hija, de escasos tres o cuatro años de edad, no toleraba la cercanía ni jugaba con otras niñas y niños de piel morena y menos sí la piel era más oscura. Mi amigo y su esposa no se explicaban el porqué de este comportamiento de su hija, pues jamás le habían dado malos ejemplos de desprecio hacia otras personas; al contrario, ya que después de esta queja en la escuela, ellos, como mamá y papá pusieron más énfasis en hacerle ver que nada tenía que ver el color de la piel y el pelo en la gente; y que incluso, ya en la primaria la tuvieron que poner en manos de psicólogos y ya para salir sexto año de primaria, hasta una psiquiatra la tuvo que analizar.
A este amigo de origen vasco, ya no lo volví a ver a partir del año de 1992, así que ya no supe en qué quedó el asunto de su hija.
Sea pues. Vale.
Más historias
Demetrio Vallejo Martínez, un honesto y verdadero líder de masas
Cadenas de mucho o poco conocimiento que se heredan en las familias
Salvar vidas sancionando